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Balada por Ucrania

Hace días que no paro de pensar en Ucrania, sobre todo a partir de la presencia del presidente Zelenzki en la asunción de Javier Milei. El de Ucrania me parece un caso comparable al de los pequeños países europeos que Hitler anexó antes y durante la Segunda Guerra, alegando motivos tan criminales como la defensa del “espacio vital” o la protección de los descendientes de alemanes. No hay una sola justificación viable para la invasión de Putin a Ucrania aunque la propaganda rusa inunde las redes sociales de falacias y acusaciones de todo tipo contra los ucranianos (hasta la de ser nazis, como repitieron no pocos militantes del gobierno anterior) y de corromper políticos de todos los países. Ucrania es uno de las pocas controversias internacionales en las que la verdad está exclusivamente de un lado, como lo estaba del de Polonia en 1939. 

Y, sin embargo, con obscena indiferencia se le otorga al autócrata ruso el derecho de apoderarse de un país que en nada lo amenaza ni ofende. Las excusas para el silencio y la aquiescencia son varias y parten del “no te metás” porque se trata de “una guerra ajena”, un argumento de cobardía paradigmática que se esgrimió incluso frente al intento de exterminio sistemático de los judíos. Lo más incomprensible del caso ucraniano es que los aliados y defensores de Putin se cuentan tanto a la izquierda como a la derecha. Tanto Lula (capaz de un gesto no solo de complicidad con Putin sino de crueldad inusitada como el de no recibir a Zelenski) desde un lado y Víktor Orban desde el otro (que veta el ingreso de Ucrania en la Unión Europea y arrastra a sus colegas como el eslovaco Michal Fico a interrumpir el envío de armamento a los ucranianos) se inclinan ante la voluntad de una potencia despiadada e intentan (Lula lo ha dicho de modo explícito) imponerle a Ucrania una paz que no solo es indigna sino una condena a muerte diferida. 

Acaso más grotesco es lo que ocurre en los Estados Unidos, donde los republicanos condicionan la ayuda militar propuesta por Biden (la única que por su volumen puede incidir de un modo decisivo en el curso de la guerra) a que se aprueben sus proyectos para restringir la inmigración latinoamericana, como si ambas iniciativas tuvieran alguna relación. De todos modos, el lobby pro-ruso, esa mezcla tan soviética de diplomacia, propaganda, difamación, espionaje y chantaje, es abrumador en todos los continentes y, en Sudamérica, solo la administración de Milei parece asumir una defensa incondicional de Ucrania. Esa posición debería servir de ejemplo, sobre todo porque no corresponde a un alineamiento ideológico. Prueba de ello es que Bolsonaro, cercano a Milei, tiene una posición tan favorable a Putin como su archirrival Lula. Es como si el amor por las dictaduras fuera una peste que no hace distinciones políticas. 

El caso de Ucrania es una nueva prueba para la civilización. Una prueba parecida a la que superó hace ochenta años cuando, después de no pocas vacilaciones, se decidió a enfrentar a Hitler. Una prueba parecida a la que significa pronunciarse sin cortapisas contra la agresión terrorista a Israel. Pero da la impresión de que el desafío ucraniano está resultando en una derrota para las fuerzas del bien. Por eso tengo mucho miedo por Ucrania, el pequeño país que se enfrenta al monstruo.

Fuente: Perfil

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